Higiene Bucal

A veces veo cómo se hace un huequito a la siesta, sin molestar, “por mí no se hagan problema” dice. Me enferma un poco que tenga suela, hace ruido, me desconcentra.
Aprovecha el rato de la siesta en que todos están medio en otra, para ir al baño a darse una buena cepillada de dientes. Más que una cepillada, se ha convertido en un gran ritual de higiene bucal. Yo estoy a favor del buen aliento, pero, ¿se imaginan…? Aparte de los cuarenta y cinco minutos de comer en el escritorio, meterse después como media hora al baño.
Primero que el hilito, después la cepillada, después –o antes- el buche. Antes de salir del baño también se pone una cremita en las manos. Cuando vuelve, ya casi todos estamos trabajando duro de nuevo. Y el viene fresco. Sí, me da bronca.
Me enferma cuando lo veo salir del baño, haciendo ruido con su bastón, con ese andar de viejo coqueto; me enferma porque siempre en sus zapatos polvorientos se ven gotitas de meado.

Los Bares del Centro Cierran Temprano

Creo que tiene que ver con el hecho de que cerca de las ocho de la noche de cualquier día de semana ninguno de los clientes hablen castellano tal como el grupo de japoneses que tengo enfrente con sus máquinas de foto en serio con sus máquinas de foto o debido a la deliciosa conversación de dos señoras de lo más dispares pero engreídas cerca de la ventana donde también está el hombre de anteojos que parece que antes que lo apuren con el ticket de su fernet con coca light se va a parar y va a seguir caminando por Florida hasta Avenida de Mayo a uno de esos hoteles viejos e imperiales pero sucios y baratos a tener sexo seco sobre un colchón flaco con una acróbata uruguaya que si los mozos del bar la imaginasen probablemente se reirían o si viesen tan de cerca como cae sin efecto el miembro muerto sobre la concha tupida bien acrobática se plantearían si acaso tuvo algún sentido irse treinta minutos antes del cierre y no tomar no digo otro fernet pero una cerveza helada como dice el pizarrón de la entrada antes de exigirte en vez de aprovechar y gozar vaciadamente el primer soplo entre tibio y fresco de la primavera en la esquina de veredas fumadoras de este bar lindo en un barrio lindo donde todo huele a mierda aunque sean cinco minutos alargados por una cerveza no digo helada pero al menos fría en la vereda antes que se haga de noche fuerte y cierren la puerta de este y todos los locales de veredas con peatonales o medias peatonales porque sería bueno que todos sepan, los bares del centro cierran temprano.
 

CS 28/09/07.

Termino de dilucidar que es una hembra

Estoy en el parque. De tanto en tanto, miro alrededor. Los niños corren por entre los juegos: juegan a correr, o sencillamente… están tirados en el pasto mirando el cielo. Debe ser que los juegos de antaño ya no divierten a los niños del siglo XXI.
Me llama la atención algo que no entiendo. Hay un grupo de perros con un pasea-perros (no sé si tendrán un nombre un poco más específico que eso, pero digamos “pasea-perro” que, por ahora, les va bien).
Al otro lado, hay una señora con una. Una especie de Lassie, pero más pequeña quizás. Tienen una relación muy cariñosa: también ellas, tanto como yo y… los niños, están sobre el pasto, dejándose llevar por este sol, hoy, una tarde de noviembre.
Termino de dilucidar que es una hembra, ahora que se cruza de lado el pasea-perros y la llama por su nombre: “Sonia”. Al principio, pensé que le hablaba a la mujer… pero después se acercó a la perra, estática, le abrochó el collar y se fue por entre los árboles.
No entiendo esa forma de acercarse así a la mujer e irse, sin más, sin saludos… sin nada.
La mujer quedó melancólica, pero no hace nada.

La primera vez que escuché “mitrismo”

Estaba en Plaza de Mayo, almorzando un sándwich rápido y repasando algunas líneas para una poesía cuando la vi venir.
Venía con un hombre de lo más simple: con buzo de algodón y anteojos, diría, pasados de moda.
Ella es… no es linda, pero está bien arreglada: bien pintada y bien teñida; vestida normal, aunque con mocasines negros y medias blancas por debajo del vestido largo y floreado. Venía fumando y vociferando que con su fallo, se había guardado a todos en el bolsillo. Pero yo seguía distraído con las medias blancas en primavera.
De facciones delicadas y cara muy bien maquillada, como ya dije, no se le caía el “compañero” de la boca; el “compañero” y eventualmente un “les voy a romper el culo” ó “los hice mierda”, entre otras declamaciones del estilo.
La primera vez que escuché “mitrismo” no lo escuché de un profesor de historia en la secundaria, sino de ésta mujer hace unos instantes. Si bien lo dijo despectivamente, a mí me pareció hasta solemne, aunque no entienda por qué.
Estaba bastante alterada, según entendí, porque uno de los “compañeros” estaba recientemente en un cargo público, y ella no pensaba ir a pedirle nada sino a exigirle ciertas cosas.
No entiendo absolutamente nada de política y menos en éste país, pero creo que dijo que sólo así, iba a terminar con el “mercantilismo” que se daba en la política. Textualmente dijo que se podía “hacer política con el corazón”.
El viento ahuyenta moderadamente la bronca de ésta mujer y ayuda a que se acerquen y disfruten un poco del sol las palomas que, con los años, también prefieren un poco de militancia  a salir a volar un rato.

Inauguración Rear Window

Un nuevo espacio donde puedo poner un poco mis locuras más en crudo…

Observaciones, nimiedades, detalles.

 

http://porlaventana.livejournal.com/

No se cree capaz

Ella está sentada leyendo una revista, digamos una revista común y nada especializada. Escucha una radio con auriculares. A pesar de estar sentada en la esquina de un bar colmado –con vista a la calle, también colmada-, no parece perturbarse, para nada. En Absoluto. Ojea la revista con mucho cariño y precisión. No quiere entender la realidad, le teme. Mira, de tanto en tanto, a la avenida… para luego volver a la lectura; o, mejor dicho, a las fotos, por la velocidad con pasan las hojas. No podría entenderla. No se cree capaz de entenderla tampoco. No quiere entenderla. Es difícil leer una revista con un programa de radio de fondo, a menos que sea música, claro. Está sola. Cada tanto se calza los anteojos y lee un poco con ellos. Bien podría ser una de esas típicas revistas de actualidad.

Un vaso de whisky

Un bar muy diminuto por Av. Córdoba. Cerca de las siete de la tarde.
Seis vasos de soda sobre una mesa de cuatro. Un vaso de whisky: tiene un tic gracioso, mueve la cabeza como afirmando, pero a la vez, la gira en torno al cuello tocando eventualmente los hombros, se pone el dedo en la boca y… asiente, todo el tiempo. Pero no bebe. La que toma es ella, que está en frente y en diagonal. Se le ve una herida o venda para várices o esos tratamientos. Bebe y vuelve a dejar el vaso con él.
El otro, sólo café y fuma. La otra, a la par del whisky, no toma nada. Deja sellados unos Le Mans Suaves con lápiz labial… ¿morado?
Hay una típica bandeja chiquita, tríptica, de acero inoxidable: llena de papas fritas y maníes pero ya casi nada de palitos fritos, que los come sólo el del whisky, que no toma whisky.
Ella toma el vaso de su posición con muchísima confianza, mientras ataca unos Jockey Suaves, el del tic, mira. Mira y hace el tic.
Silencio, miradas y súbitas risas. Nada más.

Como si en sus ojos pudieran leerse todos sus secretos

Un local de Yenny/El Ateneo en la calle Florida. En el piso superior está instalada una “Brioche Doreé”, una casa de comidas rápidas, pero sanas. La hora pico está empezando a ceder y se pueden ver ya una o dos mesas desocupadas, lo cual, al filo del mediodía de un día de semana, sería imposible.
Un hombre termina su café y se está yendo, con él lleva un celular muy moderno y sofisticado (para nada minimalista he de decir) y un libro de tango de esos para turistas; no me extrañaría que lo fuera, ya que llevaba un mapa –también de esos mapas especialmente preparados para aquellos que quieren sumergirse en la australidad, sin omitir por supuesto donde encontrar productos a jugosos precios, privativos para australes como nosotros-; pero más intuyo que era un turista por cómo miraba a la gente. Reconocí esa mirada con que uno ve a los porteños cuando aún no les conoce.
Hay una señora que aparenta ser una muy buena ama de casa, tiene cara de madrina, y definitivamente ha abandonado las prácticas sexuales hace mucho tiempo. Después de terminar su tarta tricolor (acelga, queso y zapallito) está saboreando su té o café. Hizo una llamada desde su celular y habló con alguien, no llegué a escuchar bien lo que dijo, pero sí alcancé a escuchar “si querida… vean una linda película y después me cuentan”. Ahora está con otra llamada. “Hola Perla… Perla, ¿me escuchás?… ¿está todo bien?… yo el veintiséis… bueno, chau”. Se nota que a Perla le tiene más confianza que a su primera interlocutora, ya que omitió el “chau querida” y profirió un “chau” mas bien seco. Esto, junto con su pronunciación, me confirmó que es del interior. Claro que tiene algo de mi madre, no sé exactamente qué. Puede ser ese terrible mundo interior, tan grande que a veces se abstraen mucho de la realidad. De mi mamá tiene también la forma de agarrar el celular… ¡como si de cualquier movimiento en falso dependiera la comunicación!
Mantiene la compostura en lugares públicos como toda buena señora. Lleva con cuidado su taza de té y sin hacer un ínfimo sonido la apoya en el plato. Aquí hay otra mirada típica del interior de cuaquier clase de persona que quiere pasar desapercibida: no levantar la mirada más allá de los cuarenta y cinco o cincuenta grados, y a partir de los treinta y cinco, suben su mentón con lentitud y… ¿miedo… vergüenza? No creo, pero es como si no quisiera ver a los ojos de la gente por no quedar en evidencia, como si en sus ojos pudieran leerse todos sus secretos.
Una loca suelta vino hace un rato –cambio de tema porque la susodicha amiga de Perla ya se fue- haciendo un escándalo histérico por no se qué tema de su café. Me había tocado la misma señorita en el lugar delante mío en la cola; era una diosa total, hasta a mí me llamó la atención; pelo lacio (como el de mi hermana y el mío) brillante y largo, atado delicadamente en una sola cola sobre el cuello y la espalda. Uñas color marrón, totalmente a tono con un marrón más suave sobre sus labios. Debí suponer que era una histérica total por la punta tan finita de sus zapatos. También tenía un poco de marrón en sus párpados, en una línea fuerte contorneando la parte superior de sus pestañas: adorablemente histérica.

Al menos serán de las más dignas

La fauna del café Boston de Mar del Plata, de la calle Buenos Aires, está compuesta, a eso de las tres de la mañana, de viejas apostadoras que son escupidas del Casino Central, sito al frente, cruzando la plaza. Al menos serán de las más dignas, ya que la mayoría de las que vi, se piden unas suntuosas cenas a esta hora. Como si no hubiesen comido algo por largo rato. No limpio de culpa a esta tradicional cafetería de señoras paquetas marplatenses, pues si sigue abierto los días de semana hasta las cinco de la mañana en una zona como ésta, no es para la señora que vuelve de misa justamente. Pero claro, son cavilaciones de un turista como yo, vampiro, que se queda hasta estas horas sólo para ser testigo de éstos detalles, y al que definitivamente, no le importa perderse el sol de la fresca mañana.

Hablando sola

Acabo de ver a Mirtha Legrand, estaba en el Costa Galana. Salió con un vestido verde agua. Diosa total, de anteojos. Re diva; estaba recién empezando el programa y sale a saludar.
El tema es que me vine a comer a un lugar cerca del mar, en Playa Grande, justo en frente del hotel donde fui a verla. Una vez sentado y con la orden ya marchada, me relajo y veo una pareja que me conmovió. Ella, evidentemente, llevando los pantalones y demás de la relación; pero de una manera especial: me recuerda a mi madre, con una sonrisa en la cara… y con un despiste aparente. Se acercó a ver la carta, antes de sentarse, mientras él miraba el mar medio perdido. Al principio pensé que la ignoraba, pero ahora estoy convencido que está deprimido.
No son muy grandes, rondarán los primeros sesenta. Ambos usan anteojos. Ella también lleva la billetera, como la mayoría de las esposas de su edad calculo, que son las encargadas de administrar ambas jubilaciones. Ella está viviendo el momento, él no. Mi costado español/italiano me dice que ella está sufriendo por él, desgarrándose muy lentamente junto a él, junto a su depresión. Y que está aquí con él porque quiere sacarlo, quiere tratar de despertarlo. Lo trajo al mar para eso; pero no parece reaccionar, pierde su mirada a cada rato y ella queda comiendo sola. Hablando sola. Viviendo sola.
Pero mis reminiscencias inglesas me sugieren que ella está podrida, que está harta. Que está desesperada por un galán de aquellos, de capa azul y caballo blanco. Tan valiente como para atreverse a romper sus viejas medias y su gran bombacha con los dientes. Quiere transpirar, sudar junto a este príncipe que sólo vive en su imaginación, montado en su caballo. Y no sudar ordinariamente, limpiando muebles, cocinando para un helecho con forma de hombre, incapaz de mover de pronto su tallo, indicando me gusta aquello, o deseo esto. Rara vez algún viento sacude al helecho, pero sólo para quejarse de que algo está sucio o alguna verdura recocida. Así y todo, para esta señora, eso es suficiente para justificar su vida. Lo prefiere enojado a inerte.